LA RAZÓN

Por la cual construyo este proyecto, es para dar a conocer de manera libre y sincera mi condición de hombre que deja su papel de actor que la sociedad le impone actuar.
Sean bienvenidos y correspondientes! ;)

Las buenas ideas siempre tardan 1 poquito en llegar, entonces tendrán que aguantarse no más!! jaja

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jueves, 9 de agosto de 2012

Lo que queda de Hernán

Hernán se llamaba, no tenía más de 30 años. Pertenecía al Ejército. Correcto, de conducta intachable, era sumamente respetado en el Regimiento Miraflores de Traiguén. Por otro lado, era el menor de los hermanos; sus visitas a la casa de ellos eran esperadas con alegría por ellos y por sus sobrinos. Alejandra, una de sus sobrinas mayores, tenía más o menos 10 años menos que él, por tanto tenía una relación cercana, como de hermanos. Orlando, el hermano menor de Alejandra, tenía como referente a su tío porque también le gustaba la carrera militar; soñaba con pertenecer al Ejército, sin embargo, los hechos posteriores decidieron primero que él.

Sin ser militante de un partido político, sus ideas eran conocidas por sus familias, tanto de sangre como de armas. Lo lamentable de esto es que, para el día 11 de Septiembre del 73' él se encontraba en Traiguén y en consecuencia, fue detenido por sus propios compañeros, obedeciendo órdenes superiores, pero fue una detención con ciertos privilegios gracias al respeto que le tenían. Pudo comunicarse con sus familiares mientras estuvo cautivo, sin embargo pronto tuvo que buscar refugio en donde pudiera hacerlo, porque su sentencia fue radical: sería llevado a uno de los tantos centros de tortura, del cual quizás no habría regresado. Se refugió en casa de una familia con cierta influencia entre los militares, después se refugió en la Embajada de Venezuela y finalmente, tomó la decisión de irse al país que primero le abriera las puertas; ese fue Hungría.

Ahí, solo, sin nacionalidad, sin familia, sin casa, en un país socialista y pobre, se las ingenió para vivir durante 2 años, pero paradógicamente, lo que no hizo la DINA con su vida, lo hizo su salud. Una enfermedad completamente curable en occidente no pudo ser remediada y fallecio. Su funeral fue realizado en compañía del único amigo que hizo allá en Hungría, quien conservó lo que pudo de Hernán para después entregarle estas pertenencias a su familia; sus documentos, algo de ropa, las fotografías de sus hermanos y de sus queridos sobrinos.

De acuerdo a lo que expone Steve Stern en su trabajo “Recordando el Chile de Pinochet”, si hacemos una relación con esta historia, se mantiene la coexistencia de principalmente tres tipos de memoria en ella. Se puede decir que la memoria de la ruptura marcó a esta familia, ya que la tristeza se apoderó de ella y se mantiene en cierto grado. La tristeza de su sobrina Alejandra se deja ver cuando se acuerda de él.

“La memoria de la ruptura, [...] se refiere a la herida abierta que dejó lo que sobrevino al 11 de septiembre de 1973, una llaga que nunca termina de sanarse. Remite al quiebre que se produjo en las vida de las víctimas y familiares con el accionar del aparato represivo del régimen autoritario y las diversas políticas que revocaron las libertades individuales y de asociación.[1]

La familia de Hernán, sus hermanos especialmente, quisieron recuperar sus restos, así como se recuperó la democracia. La respuesta del gobierno húngaro fue desesperanzadora, pero a su vez solidaria: como nadie pudo hacerse cargo de su sepultura después de su muerte, los restos fueron depositados en una fosa común, por lo tanto, recuperar sus restos (si es que quedaban) sería casi imposible, pero estarán siempre abiertas las puertas del país a la familia para visitar el lugar donde descansa.

En este caso, la memoria como caja cerrada, se hace presente en esta historia, ya que se propone una alternativa única, ya que recuperar lo perdido es imposible, pero como un intento de evitar que la herida siga abriéndose más y más.

Finalmente, la memoria como caja cerrada apela al dar vuelta la página, a dejar la experiencia traumática reciente en una caja fuertemente sellada, (...) Sin embargo, pretender olvidar o borrar lo que sucedió entre 1973 y 1990 es imposible.[2]

De Hernán casi no queda nada material finalmente, tampoco tuvo descendencia, mas sí hay algo que no se ha perdido: la memoria de sus padres, de sus hermanos, de sus sobrinos y de los sobrinos nietos que no conoció, se han transmitido y conservado aun cuando ya han pasado al menos 30 años de su muerte. Alejandra, mi madre, todavía recuerda a su querido tío Hernán. De vez en cuando revisa los libros de la casa y encuentra los libros de filosofía y psicología de él, los hojea, lee sus notas en los bordes de las páginas, observa las fotos que quedan... Sigue vivo en cada uno de nosotros.